Mamá…

A ti habría que celebrarte siempre.

Yo por ejemplo celebro el día en que te descubrí mujer y me sentí orgullosa de que fueras mi madre. Recuerdo que andaba pasando mis primeras penas de amor, llegué a casa y te encontré con los ojos hinchados de tanto llorar por quien fuera hasta entonces el hombre de tu vida. Entonces nos encontramos.

Limpiaste tus ojos y me dijiste que todo iba a estar bien, que la vida sigue y que las ganas de amar siempre estarían esperando a que llegáramos otra vez a acariciarlas. Me abracé a ti como queriendo sostenerte, y queriendo también que mi tristeza se apelmasara en la tuya y en su pesadez se fueran ambas corriendo por el desagüe.

Me descubrí tan parecida a ti que, lo confieso, me dolió un tanto mi falta de originalidad. Pero fue entonces que comprendí lo más importante: si estoy destinada a ser como tú, entonces estoy salvada. Entonces me espera una yo fuerte, sabia, divertida, capaz de comerse al mundo con sólo mirarlo. Me espera una yo mucho mejor que yo, una yo que se parece tanto a ti, que ya muero por conocerla.

 Te amo, mamá.

 

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