Proyecto sentido

Hace unos días una amiga me contaba que está embarazada, noticia ante la cual, su novio —quince años mayor que ella y en pleno proceso de divorcio— reaccionó con un «¡Qué alegría! A éste sí lo voy a disfrutar».  Así, como si los primeros hijos hubieran sido sólo de prueba. Me sentí ofendida a un nivel casi personal, pero no le dije nada a mi amiga, pues mi molestia no se debía a lo que me acababa de platicar. Yo sabía que iba mucho más allá.

Esa misma mañana, mi padre, con quien no tengo mayor comunicación que algún mensaje aleatorio y bastante impersonal en Facebook, me había escrito lo siguiente:

«No sé si lo sabías, pero yo amé tanto a tu madre, que deseaba tener una hija que se pareciera a ella. A eso le llaman “Proyecto sentido”: cuando los padres desean a un hijo y lo traen con amor, éste viene con un objetivo muy grande, con una gran razón para estar y vivir aquí.»

Le respondí que gracias y me quedé sin nada más que decir. Corrí a contarle a mi madre y ella ha llorado un poco mientras asentía con la cabeza. La he abrazado y le he agradecido también.

Mis padres me tuvieron cuando ella contaba con diecisiete años y él con diecinueve. ¡Eran dos chiquillos! ¿Cómo juzgarlos cuando, a mis treinta y seis, yo no sabría qué hacer con un hijo? Sin embargo no puedo evitar que estas palabras escritas por él, lejos de hacerme feliz, me incomoden: me recuerdan que, en efecto, me trajo al mundo con todo el amor que sentía por mi mamá y luego nos abandonó a las dos para iniciar una nueva familia con otra mujer.

¿Qué se supone que debía responderle? Agradezco por supuesto el que me haya obsequiado la vida, sin embargo me habría gustado que además me enseñara a transitarla. Ojalá hubiera estado cuando los niños comenzaron a fijarse en mí y yo no sabía cómo reaccionar al respecto, cuando aprendí a andar en bicicleta o cuando mi primer mascota se murió.

Ojalá alguna vez se hubiera tomado el tiempo para preguntarme si lo extraño, si me ha faltado su consuelo, si he deseado alguna vez que me rescate de los fantasmas que se cuelan entre mis ganas de ser feliz y mis malas decisiones. Yo hubiera deseado tener un papá, pero uno de a de veras; de esos que están, que protegen, que regañan, que aunque no sepan ser papás se quedan a intentarlo.

No supe responderle nada más que un raquítico «gracias», a sabiendas de que somos un par de extraños que jamás convergerán en la misma línea de tiempo. Es una lástima que, hasta el día de hoy, él nunca se haya dado la oportunidad de conocerme; que no sepa que tengo un rincón favorito para leer, que me gusta escuchar la lluvia hasta quedarme dormida, que soy alérgica a las sulfas y fanática de la sopa de fideo. Que ignore lo mucho que odio las injusticias, la televisión abierta y el frío que se me cuela por la nuca entre noviembre y enero. Que no me haya visto crecer y convertirme en esta mujer maravillosa que yo sé que soy, no porque él venga y me lo escriba una mañana cualquiera, sino porque he tenido que aprenderlo a fuerza de muchos huracanes y soles nuevos.

Mi amiga me seguía contando del miedo que siente por esta nueva personita que está creciendo en su interior. Mientras tanto yo pensaba en mi padre, cuya imagen es una sombra diluida en mis evocaciones; que dice haber amado tanto a mi mamá, que alguna vez deseó que yo fuera igual a ella. Mi padre, que no se ha dado el tiempo ni el permiso de descubrir si su deseo se le cumplió.

2 comentarios

  1. Gracias x enseñarnos lo k a veces sentimos pero no encontramos las palabras para poder expresarlo como lo haces tú.
    Sigue como eres, no cambies

Replica a mosquirrina Cancelar la respuesta